Saludables por un día!

Como ya os anuncié, el sábado pasado estuve en Biocultura. Fui el primer año, basicamente, porque una de mis hermanas me dió un pase gratis para los cuatro días. Ella es expositora y de paso que me daba una vuelta, la veía y cotilleábamos un poco. Con los años se ha convertido en sitio obligado para mí, independientemente de con quien vaya, o quien esté allí. Todo un batiburrillo de kioskos (los poliglotas lo llaman "stands") se concentran en una nave bastante extensa que resulta, de todos modos, insuficiente para la cantidad de gente que acude cada año. Tejidos naturales, piedras curativas, materias primas sin ningún tipo de manipulación, colchones de latex, cojines con bolitas en movimiento, literatura para el espíritu y la mente y un largo etece de productos, todos ellos muy sanos, se muestran para el que pasea por allí cargado con el abrigo, el paraguas, el bolso... y necesitando, evidentemente, que alguien nos dé la clave para resolver cualquier tipo de problema que tengamos, aunque sea así, en forma de sillón de masaje, o de toqueteo de shiatsu. Pero después de toda nuestra buena intención y poniéndo cara interesante cuando alguien nos invita a firmar para salvar los alcornoques... acabamos siempre en la zona de ¡comida!, que este año, creo que muy poco inteligentemente, se ha puesto en otro pabellón anexo. Allí es donde volcamos toda nuestra energía, y por ende, nuestro bolsillo, en engullir hamburguesas de tofu, spaguetis de algas, tartas de puerros biológicos y cualquier cosa que dejen al alcance de una cola de mil demonios. Luego, eso sí, un té moruno para que baje el lío, y nos vamos a casa tan contentiños pensando que ya somos un poco más sanos y guapos. Que inocencia la nuestra...