Lleno mis pulmones de aire mientras camino hacia un lugar especial para mi.
Lo descubrí unos 10 años atrás y desde entonces intento visitarlo por lo menos una vez al año. El lugar en cuestión es un cabo que hay en el norte, y que se encuentra caminando unos pocos kilómetros desde un pueblito del concejo de Cudillero.
Camino hacia allí entusiasmada, sabiendo lo que me espera y sin embargo, a mi llegada, siempre siento fascinación y sorpresa. Y entonces me parece más espectacular que la última vez. Me acerco al precipicio, sobre la última piedra de la punta del cabo, todo lo que puedo, a veces me siento porque me da vértigo acercarme andando, y voy dando culetazos hacia el borde... Sólo un poquito más, me digo.
Miro a ambos lados y cada uno de ellos me muestra algo diferente.
En el lado izquierdo mi vista alcanza a ver lo que debe ser Galicia y la entrada por Ribadeo. Si vas al atardecer el cielo tiene unos colores naranjas difíciles de describir. El mar suele estar más tranquilo en ese lado, como si el viento viniese del este y el saliente del cabo impidiese el vaivén del agua.
Si miras al lado derecho, puedes ver los accidentes geográficos de la tierra en contácto con el Cantábrico, pero camino de Santander. Aquí el mar está más furioso y se dibujan unas olas regulares, como si estuviesen abanicando desde el otro lado del mundo, contra las rocas...
No me canso de mirarlo, e intento, con todo mi ser, traerme parte de esa belleza a mi vida diaria, a mi entorno, y no olvidarme nunca de que hay en el mundo tanta belleza...